Próxima estación: muerte

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Una mañana de niebla, en una playa de la isla japonesa de Kyushu, aparecen los cadáveres de los que parecen ser dos amantes. Todos los indicios apuntan a que estamos ante un suicidio amoroso. Él era funcionario de un ministerio y ella camarera. La policía está a punto de cerrar el caso, pero el investigador Torigai no está del todo convencido. Hay algo que no encaja, y no ceja en su empeño de dar con la solución del misterio. A este investigador se sumará el inspector Kiichi Mihara cuando el caso toque aspectos de corrupción política más profundos.

La historia no es tan sencilla como pueda parecer en un principio. El investigador Torigai es perro viejo y no se fía de las apariencias, por ello se centra en las pruebas. Y las pruebas apuntan en otra dirección. De una forma completamente exhaustiva, interrogará a sospechosos, desandará paso por paso cada una de las coartadas, y para ello los trenes serán un factor fundamental. Basándose en los horarios reales de los trenes nipones de los años 40, elaborará un mapa de itinerarios en los que tanta información puede resultar abrumadora, pero en la cual no hay una sola incongruencia.

La trama hacia la que nos conduce Torigai es sublime. No hay ningún sospechoso que destaque sobre otro, todos tienen una coartada perfecta, y aunque Torigai tiene una idea bastante precisa de quién tenía motivos para asesinar a la pareja, no hay nada que nos indique qué ha pasado realmente hasta el final de la novela. A pesar de estar muy influenciada por el estilo deductivo de las novelas de Conan Doyle o de Simenon, hay un factor diferenciador y es que el policía nunca va por delante del lector en sus sospechas, iremos leyendo sus razonamientos punto por punto avanzando en las deducciones a la par que él. 

Junto a la magnífica trama policial, reposada y metódica, encontramos un fuerte componente de denuncia social: el hombre que aparece muerto trabajaba en el ministerio X (no nos desvelan cuál exactamente) y se acaba de destapar una importante trama de corrupción. Tan atractiva resulta la historia de intriga como también el papel de espejo de la realidad de la época; costumbres, modos de vivir y de actuar de los personajes, tradiciones arraigadas... Veremos cómo se aceptaba en la sociedad nipona las infidelidades fuera del matrimonio, cómo debía comportarse una mujer una vez que se casaba, cómo el tema del suicidio se trata de una forma completamente abierta. 

A pesar de estar ambientada en los años 40, es una novela que sigue de plena actualidad, y ese toque contemporáneo se lo aporta en gran parte la introducción del tren en la historia. Los japoneses pasan actualmente una hora y media al día en el tren de media, llegando en casos más extremos hasta cinco horas. Es como una segunda casa, una forma de vida. Sin embargo, como personas educadas y respetuosas que son, es solo un medio de transporte. Es decir, está mal visto hablar por teléfono, no sentarse correctamente o realizar actividades como maquillarse en el tren. No deja de ser un habitáculo de convivencia, y el respeto por el prójimo en los espacios públicos es fundamental.

Un punto que puede resultar llamativo a los lectores habituados a la novela japonesa es la ausencia de ese universo que colma las obras niponas: la presencia de lo fantástico o lo sobrenatural. Y es que ese tipo de creencias están tan arraigadas en la cultura de Japón que no es algo anecdótico, sino que es una parte más de su forma de vivir y de pensar. Por lo tanto, es habitual que encontremos trazas de este tipo de creencias en las novelas, y en una trama de misterio puede resultar aún más tentador. Pero Matsumoto decidió crear una novela al estilo occidental, por lo que nos puede resultar muy atractiva y más accesible a los lectores de este otro lado del globo.

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