Todos
nosotros nos hemos enfrentado a ciertos dilemas centrales en nuestras vidas. La
vida y la muerte forman parte de nosotros desde que nacemos hasta que morimos,
y son las únicas dos cosas en el mundo que todavía no entendemos por qué
existen, en el sentido filosófico de la pregunta. ¿Por qué nacemos? ¿Por qué
morimos? A partir de aquí surgen una serie de cuestiones filosóficas y
principalmente existenciales que nos ayudan a acercarnos y rodear la respuesta,
si es que existe. Como si del koan
perfecto se tratara, no dejamos de reflexionar y de dar vueltas sobre estas cuestiones,
y a veces, llegan personas que nos ofrecen un punto de vista más puro, sencillo
y limpio. Sin parafernalia ni añadidos que dificulten la comprensión, a veces
la respuesta del acertijo más complicado es la respuesta más obvia.
Pero
dejemos de divagar, de lo que quiero hablaros es de Aguas tranquilas (Futatsume no mado) de Naomi Kawase, estrenada en
2014 y desde ya, una de las mejores películas que he visto este 2015 (teniendo
en cuenta que este año he visto filmes fantásticos). Para situarnos, Naomi
Kawase es una de las cineastas contemporáneas que más me interesan. Por ahora
he visto solo otro film suyo, Hanezu no
tsuki (2011) y El bosque de luto
(2007) las cuales me habían gustado pero no destacaría especialmente (miento, Hanezu no tsuki me gustó bastante más
que El bosque de luto). Pero no ha
sido hasta ahora en que me he dado cuenta del enorme potencial de Kawase y
cuando me he sentido profundamente impresionado. La autora se centra en temas
existencialistas a través de vidas mundanas en lugares cotidianos. A partir de
esta aparente normalidad suele extraer reflexiones interesantes y las
desarrolla a lo largo de sus filmes, pero creo que Aguas tranquilas (y a falta
de ver su nuevo film, An) es quizá el
que mejor plasma estas ideas.
Aguas tranquilas se sitúa en la isla de Amami, al
sur del Japón. Una tarde, tras un tifón, Kaito (Nijiro Murakami) descubre un
cadáver flotando en el mar, pero decide guardarlo para sí mismo y esto hace más
grave su fobia al mar. Kyoko (Jun Yoshinaga), su mejor amiga, mientras intenta
discernir lo que le ocurre al chico, debe lidiar con el hecho de que su madre,
Isa (Miyuki Matsuda, está enferma terminal. Ella es una chamán, y Kyoko acudirá
a Sano, la “jefe chamán” del pueblo (como dato curioso, siempre repite las
frases dos veces) en busca de ayuda espiritual. Isa es finalmente enviada a
casa a pasar sus últimos días con su hija y su marido, Tetsu (Tetta Sugimoto).
Las escenas que tienen lugar en este tramo del film, con los tres en el porche
de su casa observando el cielo o simplemente riendo destilan ternura y
sinceridad. Además veremos una conexión directa entre Isa y una higuera de
Bengala de 400 años.
Tanto
Kyoko como Kaito están en puntos de su vida muy frágiles y ambos deberán
aprender y descubrir elementos importantes de la vida, la muerte o qué
significa amar. Kaito debe lidiar con el hecho de que su madre, Misaki (Makiko
Watanabe) casi nunca está en casa por temas de trabajo y su padre, Atsushi (Jun
Murakami) vive en Tokyo, ya que está divorciado de su madre.
Quizá a simple vista parezca un film simple y manido, y no iréis mal encaminados con lo de simple, pero es que a veces aquello más sencillo oculta un significado enorme y profundo, y este es el caso. Aguas tranquilas se podría considerar incluso un homenaje al trance que existe entre la vida y la muerte, y que todos nosotros en algún momento u otro hemos tenido que sufrir. Trance que nadie nos ayuda a comprender, que nadie comprende y que a menudo hemos de superar solos, aunque estemos acompañados. Kawase vuelve una y otra vez sobre las mismas ideas de este drama tan humano, por ejemplo en las conversaciones de los dos jóvenes con el viejo pescador, Kamejiro (Fujio Tokita), que personifica el viejo sabio errante. Este les ofrecerá su punto de vista sobre los ciclos de la vida. La naturaleza misma del rito ancestral que conecta vida y muerte de forma directa se muestra en dos viscerales escenas clave en las que Kamejiro sacrifica a dos cabras.
Naomi Kawase muestra su interés por las tradiciones del folklore japonés en su máximo exponente durante la escena de los últimos momentos de vida de Isa, donde un grupo de personas mayores, locales, se supone; realizan una serie de danzas, rituales y cantos, como el shima-uta acompañado de un sanshin una versión local del shamisen; para ayudar a Isa y a su alma en estos últimos momentos. La escena durante varios minutos sin ningún corte, donde la cámara va realizando un travelling de rostro a rostro, ahora Isa, ahora Kyoko, ahora su padre, y dota a toda la escena de una carga emocional inmensa, abrumadora. Es cierto que Kawase repite muchos elementos utilizados en otros trabajos anteriores, y se arriesga poco en este film, pero sus personajes llegan a ser conmovedores desde los primeros minutos del film. Es también interesante la naturalidad con la que Kawase trata el tema del amor y el sexo, pues ambos jóvenes se sienten atraídos, pero debido a sus circunstancias, en el caso de Kaito, se sienten desconcertados e incluso asustados por estos nuevos cambios. Sin embargo Kyoko, probablemente influida por el carácter chamánico de su madre, siente curiosidad por explorar sus instintos naturales, por lo que veremos una lucha entre la curiosidad y el miedo a explorar.
Naomi
Kawase confiere al film el efecto de documental que suele utilizar en sus
obras, combinando cámaras de mano con gran angulares, consiguiendo con ello
planos muy naturales de los personajes junto a grandes panorámicas del paisaje
de la isla y sobre todo del mar. La música tradicional japonesa se alterna con
el sonido del viento meciendo los árboles o con el romper de las olas creando
un efecto de cercanía muy logrado. Combinado con el gran trabajo de los
actores, hacen de este un film no solo interesante de ver, por los aspectos que
ya he comentado, sino interesante a nivel técnico, ya que Kawase, de forma
discreta y con muy poco, consigue transmitir una enorme cantidad de conceptos,
símbolos e ideas.
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