La paradoja existencial de Kanji Nakajima

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Los festivales de cine son clave para la difusión de obras cinematográficas que de otra manera nunca llegarían a nuestro conocimiento. Es el caso por ejemplo del desconocido director japonés, Kanji Nakajima. Una nominación en el Sundance Film Festival el año 2008 le abrió las puertas a occidente para mostrar su film titulado Kurôn wa kokyô wo mezasu, (El clon vuelve a casa). El largometraje presentado al festival introduce una trama de aparente ciencia ficción que explora de forma muy conceptual y simbólica el existencialismo.

El clon vuelve a casa está protagonizada por Kohei, un astronauta que antes de salir al espacio decide realizar un extraño y poco ortodoxo seguro de vida: participar en un programa experimental de clonación. En el caso de que le ocurra algo durante la misión, habrá otro “Kohei” para substituirle. Como es de esperar en los primeros minutos del film Kohei muere en un accidente espacial y el gobierno procede a realizar la clonación. La parte física es todo un éxito pero al clonar la mente, algo no sale del todo bien y los médicos deciden clonarlo de nuevo. Es en este momento en el que entramos en una espiral confusa, repleta de bruma (tanto literal como metafóricamente). El espectador deberá descubrir si lo que está viendo es real o no, y lo más importante, ¿qué es real?


En este film se exploran los conceptos de identidad y memoria, los límites de la ciencia, la ética y la moral y lo más impactante, de una forma incluso metafísica se reflexiona sobre el existencialismo. Cada escena está cargada de símbolos y de una narrativa que sin diálogo es comprensible. Por supuesto hay una mirada poco Occidental sobre el tema, Nakajima ofrece su punto de vista más personal sobre temas como la vida, la muerte, la familia o el amor, y aunque es cierto que en algunas escenas encontraremos comportamientos que a nosotros nos puedan parecer confusos o extraños, estos son instantes que no afectan al global de la historia. Aquí no hay un bagaje cultural japonés necesario para entender ciertos códigos, Nakajima nos presenta un dilema que comparte idioma universal y que no necesita traducción. Es cierto que el novum del argumento es de ciencia ficción: la clonación; pero la película se detiene pocas veces sobre este concepto en concreto, pues es más una excusa para discurrir sobre los conceptos antes mencionados, principalmente la identidad.

La película es pausada, Nakajima se recrea en largos planos abiertos con paisajes abrumadores en los que solo veremos a Kohei cargando el traje de astronauta a través de grandes campos y caminos. Este quizá es el elemento simbólico más claro, el peregrinaje que Kohei realiza para encontrar las respuestas que busca. A modo de koan no buscará hallar una respuesta definitiva a sus preguntas, sino que buscará una reflexión que calme su tormento. A través de estos paisajes y de la peregrinación de Kohei nos damos cuenta de un detalle: el protagonista está aislado en un mar de verdes y azules, de bruma y bosques.

El film bebe de una tradición de la ciencia ficción en el cine, a mi parecer, poco explorada. Ya sea por lo profundo del tema, por lo poco comercial del argumento o quizá por la gran capacidad expresiva que requiere. ¿Recordáis Moon, de Duncan Jones? Fue estrenada en 2009. El film del que os estoy hablando hoy es de 2008. Tomar referencias de films menos conocidos y apropiarlos es algo que ocurre a menudo. Personalmente no tengo ningún problema con el apropiacionismo, pero creo que Duncan Jones debería haber reconocido a Kanji Nakajima como su referencia. Por poner otro ejemplo, en Occidente todos nos quedamos alucinados con Cisne negro (2010) de Darren Aronofsky. Pero, ¿conoce alguien Perfect Blue (1997), de Satoshi Kon?  Aronosky compró los derechos de adaptación de este film de animación japonés poco después de su estreno y posterior éxito en Japón. Cisne negro es una interpretación muy libre y simplificada de este film japonés. Lo que quiero decir es que le debemos más de lo que creemos al cine japonés. Quizá nos faltan códigos para interpretar algunos símbolos y comprender todos los mensajes, pero es cierto que el cine Occidental, a punto de llegar a su límite, apropia ideas originales y divergentes de directores atrevidos y originales. Y quizá alguien en este punto se haya acordado de Nunca me abandones de Mark Romanek (basada en la novela de Kazuo Ishiguro). No entraré en comparaciones. Por ello os recomiendo con urgencia ver esta película que podéis encontrar tanto en la web de su distribuidora, Cine Binario, como en Filmin.

En conclusión, la sensación que tenemos mientras vemos la película es la de estar en un lugar irreal, onírico, en el que solo hay cabida para nosotros y Kohei. O quizá nosotros seamos Kohei cargando nuestro traje de astronauta a lo largo de un interminable sueño reflexivo sobre nuestra propia existencia. ¿Somos reales? ¿Qué es lo que nos hace reales? ¿Por qué existimos? Una lenta y pausada aunque potente y demoledora reflexión sobre lo más profundo de nosotros mismos.


Imágenes de la película:






Carteles en español y japonés:



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