Una puerta abierta a la intimidad

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Siempre me han fascinado las puertas. Un armazón de madera de un grosor entre 35 y 45 mm con un poder psicológico más allá de lo racional. Una puerta no solamente nos separa del mundo exterior, sino que posee la capacidad de mantener a buen recaudo nuestra intimidad. Tan solo son unos centímetros de madera, apenas un instrumento con una solidez dudosa. Sin embargo, una vez cruzado el umbral de nuestras viviendas mentalmente nos introducimos en otro espacio. Un lugar protegido, confortable, donde nos sentimos a salvo y tranquilos. Un espacio construido con nuestros sueños, donde mantenemos a salvo los objetos que más valoramos, donde nos sentimos libres para actuar a nuestro antojo. Y sin embargo tan solo unos milímetros nos separan de nuestros vecinos, de nuestro rellano, del pasillo de entrada a nuestro hogar. Pero esa puerta con esa cerradura, nos hace sentirnos a salvo de las intrusiones ajenas.

En los Apartamentos K para damas tendremos 150 habitaciones en las que poder sentirse a salvo. Cada una tiene su puerta y su cerradura. Pero como una magnífica idea de ingeniería, quien puso ahí esas puertas ideó una llave maestra que pudiese abrirlas todas. Es una gran idea. Puedes perder tu llave, tener una emergencia, un incendio, un escape de gas. Y las recepcionistas al cargo de la gestión del edificio y del uso de la llave podrán echarte una mano ante una incidencia de este tipo. Sin embargo, la curiosidad humana en ocasiones es demasiado grande, y más cuando tienes tan a mano un instrumento para poder acallarla. Por eso la llave maestra desaparece, poniendo así en peligro la intimidad y la integridad de todas las residentes.

Esto sucede unos meses antes de una intervención programada en el edificio: el desplazamiento de la casa unos centímetros, orquestado por un plan de urbanismo en el que esa casa no encaja bien donde está. Durante meses se trabajará en la preparación de dicho desplazamiento, asegurando a las residentes que no percibirán nada el día que se realice, que pueden permanecer en sus habitaciones y comprobar con un vaso de agua que no se derramará ni una sola gota porque no habrá movimiento alguno.

En esos meses previos iremos conociendo a algunas de las residentes. Como a Toyoko Munekata, una mujer que ha entregado su vida a la recopilación del trabajo de su marido, un conocido científico del que muchos son quienes reclaman su obra. O a Noriko Ishiyama, una ermitaña en su propio hogar, una mujer extraña con un fuerte síndrome de Diógenes que desde hace años se alimenta de cabezas y espinas de pescado y que duerme en el armario. O a Suwa Yatabe, una profesora de música con una malformación en los dedos y un enorme secreto escondido en una repisa de su apartamento.

A través de las vidas de estas mujeres recompondremos la forma de vida y de pensar del Japón posterior a la II Guerra Mundial. Con tan solo algunos detalles, podemos extraer mucha información sobre el funcionamiento de este tipo de edificios, cómo estas mujeres llegaron a refugiarse ahí, cómo eso ha condicionado el resto de sus vidas, ya que las visitas masculinas deben están reguladas y nunca un hombre podrá pasar la noche allí. Un libro rebosante de melancolía, de soledad, de espera, de tristeza. Aunque la narración no resulta especialmente triste, sí lo es el poso que te deja. 

Aunque en ninguno de los detalles que os he relatado hasta ahora se aprecie, La llave maestra está considerada como una novela negra. Y algo de eso hay. Aunque en un inicio pueda parecer la típica historia de habitación cerrada, pero trasladada a un edificio completo en vez de a una habitación, hay algo más. La intriga te mantiene en vilo desde la aparición en las primeras páginas de un niño muerto dentro de una maleta. Será uno de los leitmotiv de la novela utilizado como excusa para transitar por las viviendas de las residentes de los Apartamentos K. Una búsqueda de la propia identidad a través de las vidas ajenas.

Puede que lo que más me guste de las novelas negras japonesas es que son una simple exposición de los hechos. De una forma mucho más objetiva que las occidentales dejan que sea el lector quien emita sus juicios de valor. Escogen un acto delictivo, un suceso digno de ser llevado a los tribunales, y exponen todo lo que rodea a ese delito para que sea alguien desde fuera quien valore si ese delincuente actuó mal o no, si sus motivos eran lícitos, si fue tan terrible lo que hizo. 

Masako Togawa (1933) es una mujer polifacética que no solo se ha dedicado a la literatura. También ha trabajado como guionista, cantante, compositora musical, actriz de cabaret... En 1962 publicó La llave maestra, con la que obtuvo el prestigioso premio Edogawa Rampo a la mejor novela de misterio ese mismo año. En castellano tenemos traducidas dos obras más de la autora, Lady Killer (1963) y Un beso de fuego (1985), ambas editadas por Ediciones B. Aunque no son fáciles de encontrar sí que es posible dar con ellas en librerías de viejo o en webs especializadas.
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