El dulce poder de la inocencia

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A pesar de que el matrimonio de los padres de Kanako se rompió años atrás, su madre no duda en recurrir a su ex-marido y ex-policía para que le ayude a encontrarla. Su desaparición desde un principio no parece una travesura adolescente. Buscando alguna pista que les dirija en la dirección correcta, su madre descubre en su mochila una lata rebosante de pastillas, jeringuillas y bolsitas con polvo blanco. 

Como una buena madre, el primer impulso de Kiriko es pensar que alguien ha engañado a su niña, que esas drogas no pueden ser suyas, que algo terrible le ha sucedido. Sin embargo, su padre no lo ve tan claro. Aunque sus amigos no dejan de repetir que tiene una personalidad arrolladora, que es una buena alumna, algo huele a podrido en Dinamarca. 



El montaje que ha realizado el director Tetsuya Nakashima trata también de confundirnos. Constantes flashbacks que nos muestran a una Kanako dulce, con una sonrisa que enamora a quien la mira, con una cara dulce de no haber roto nunca un plato, y una música evocadora cada vez que su rostro inunda la pantalla. No obstante, aporta ciertos golpes de realidad que nos hacen sospechar que Kanako no es tan niña ni tan tierna como parece.

Uno de los recursos que nos hacen dudar es la elección del libro de Alicia en el país de las maravillas como metáfora. Todos persiguen a Kanako al igual que Alicia al conejo blanco, ese blanco de las drogas que parece ser que Kanako administra a quien quiera seguirla. Todos la persiguen de forma hipnótica, todos la veneran como a una diosa. 



Si la historia que nos cuenta el guión del propio Tetsuya Nakashima (basado en la novela Hateshinaki kawaki (2005) de Akio Fukamachi) es atrayente, aún lo es más el modo que escoge para hacerlo. Saltos continuos en el tiempo al más puro estilo Tarantino, estética de videoclip con toques de manga, una banda sonora excelente sin la que la película no sería lo mismo, toques de violencia extrema rozando en algunos momentos el gore. Quien lleva las riendas de la narración es el padre de Kanako, Showa Fujishima (interpretado por Koji Yakusho), y no podrían haber hecho mejor elección en el casting. Un personaje extremo y violento, con una vida destrozada y hundida tras su divorcio, lo que le lleva a un estado tal en el que los riesgos que toma son consecuencia de su escaso apego a una vida que odia. La búsqueda de Kanako se convertirá en una obsesión más dirigida a desenterrar en lo que se ha convertido su hija que en un afán de encontrarla.

El director no deja títere con cabeza y gracias a esta historia mete el dedo en la llaga de temas sumamente delicados: el suicidio juvenil, el bullying en las escuelas ante la nula mirada de los profesores, las drogas, la prostitución, la pedofilia. Y a pesar de ser temas incómodos los trata de un modo premeditadamente abierto, para incomodar al espectador, para hacerle reflexionar. El ritmo de vida, el trabajo que absorbe todo nuestro día a día nos hacen desatender a quienes más queremos y deberíamos sentir más cercanos. Pero debido a la falta de tiempo y de voluntad en un acercamiento provocan que convivamos con extraños de los que apenas sabemos nada.



Aunque el final me dejó un tanto fría, quizá por dejarlo abierto, he de reconocer que la historia es tan hipnótica como la propia Kanako. Es uno de esos films que no te dejan indiferente, en los que no puedes dejar que tu atención se evada ni por un minuto, porque toda la información aportada es relevante para construir el rompecabezas que es el mundo que envuelve a Kanako.

La cinta ha sido merecidamente premiada desde el año 2014 en que se estrenó: Koji Yakusho recibió el Premio al Mejor Actor en la sección oficial del Festival de Sitges en 2014; Tetsuya Nakashima recibió el Premio al Mejor Director Revelación en el Festival de Cine Japonés; la cinta recibió el Premio al Mejor Guión en el Festival de Cine de Austin. Una variedad de galardones en diferentes puntos del planeta que avalan la calidad de esta historia.

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